El 11 de febrero participé en una mesa redonda con compañeros de profesión desde el COPC (colegio oficial de psicólogos). Sé que en ocasiones los nervios juegan una mala pasada por lo que decidí escribir a grandes rasgos lo que quería trasmitir en el primer turno de palabra y deseo compartirlo con vosotros.
Egoitz Urberuaga-Musicoterapia Relacional
Antes de nada me gustaría poner en valor el trabajo que desempeñan compañeros y compañeras de profesión que vienen de formaciones diversas: Desde músicos con una capacidad de conectar a nivel musical extraordinaria; maestros con sensibilidad especial con los más pequeños y para utilizar la música como medio de desarrollo físico, cognitivo y emocional; los educadores sociales con capacidad de dar respuesta a problemas sociales a través de encuentros comunitarios o trabajos grupales con colectivos vulnerables; y otros profesionales de otras formaciones que acaban desarrollando sus propias capacidades para utilizar la música para fines terapéuticos. Deseo citar a estos compañeros porque creo que se está haciendo un trabajo muy interesante en diferentes ámbitos cada uno con su propia caja de herramientas y hoy aquí no están representados. Que no estén representados no indica que no les tengamos presentes. Al contrario, deseamos subrayar que por encima de los años de formación de cada profesional están las experiencias, tanto profesionales como vitales, compromiso, presencia, capacidad empática, etc y en definitiva la humanidad que habita en cada profesional. Nosotros, como psicólogos, estamos aquí precisamente para poner énfasis en los aspectos humanos tanto de los pacientes como de los terapeutas y nos preocupan los aspectos que intervienen en la relación entre ambos.
Para que la relación terapéutica se desarrolle de manera optima es fundamental demostrar cuidado hacia el otro, hacia uno mismo, hacia el espacio, en definitiva ser capaz de generar un espacio íntimo, confidencial y de confianza donde los presentes nos sintamos cómodos para que se puedan poner en juego las emociones, desplegar el mundo interpersonal y afectivo para después elaborarlo juntos.
Cuando en una relación se pone en marcha el engranaje emocional se da las condiciones para crecer acompañados. Quiero subrayar lo de crecer acompañados porque el paciente crece cuando crecemos con él. Ponemos esencialmente el foco en los afectos, en la expresión de las emociones y en las relaciones interpersonales para lo cual cada profesional empleará los recursos que le son más útiles o con los que estén mas familiarizados: Desde cantar canciones, adaptar letras, baile y movimiento, imaginación guiada, etc.
Personalmente utilizo de manera destacada las improvisaciones con instrumentos musicales y escucha activa de canciones propuestas por los participantes centrando la atención en el aquí y ahora.
Cuando improvisamos de manera libre permitimos que las dinámicas grupales se hagan evidentes y podemos esperar a que un emergente nos dé algún elemento sobre el que trabajar. Cuando trabajamos desde la improvisación referencial nos centramos en una preocupación grupal para buscar sentir juntos lo que la música nos evoca.
Cuando escuchamos música seleccionada por algún miembro de grupo nos permite acercarnos un poco más a su mundo afectivo y nos permite el intercambio intersubjetivo: Aquello de “siento que sientes lo que yo siento” y de esta manera me siento menos solo y mejor acompañado.
La música en espacio terapéutico tiene ciertas cualidades que la hacen interesante:
En primer lugar las neurociencias nos demuestran que la música tiene la cualidad natural de activar todas las regiones del cerebro y redes neuronales lo cual la hace especial a la hora de tratar con personas donde hay cierto grado de deterioro cognitivo. En segundo lugar la música nos permite o nos facilita la conexión con nuestras propias emociones a través de melodías, letras, recuerdos; y por último la música es intrínsecamente relacional, bien cuando tocamos junto a alguien o cuando escuchamos música acompañados. De hecho, decía Juliette Alvin que la música es la más social de las artes, y creo que no le faltaba razón. Es curioso porque los tres elementos citados están necesariamente unidos entre sí: Por un lado la biología humana es necesariamente relacional y por el otro las emociones tienen efectos sobre los circuitos neuronales y tienen, además, una función relacional.
He comenzado mi intervención citando las diferentes formaciones iniciales más comunes con las que los musicoterapeutas se inician. Tenemos en común más elementos de los que nos diferencian. Entre ellos nuestra disposición para trabajar con coherencia por el bien de nuestros pacientes.
Entre las diferentes orientaciones psicoterapéuticas también tenemos diferencias sustanciales que en ocasiones van mas allá de las diferencias profesionales: Están los musicoterapeutas que vienen de la psicoterapia dinámica, humanistas, desde la psicología cognitiva, conductual, sistémica, desde la neuropsicologia, etc, y cada uno desde su propia perspectiva pone en juego lo que considera que más beneficiará a las personas con las que trabaja.
El elemento que creo que más nos acerca a psicoterapeutas de otras disciplinas es la importancia que damos a la relación terapéutica. La relación terapéutica es la base desde donde construiremos el vínculo necesario para generar cualquier experiencia transformadora, en el caso de la musicoterapia, a través del juego e interacción musical. Los psicoterapeutas relacionarles dirían que es la propia relación la que posibilitará el cambio psíquico.
En la relación terapéutica es importante tener muy presente los factores terapéuticos que determinan la mejoría de nuestros pacientes. Cuando sabemos lo que ayuda a generar cualquier cambio tendremos una hilo conductor en el proceso. De esta manera podemos creer en nuestra labor y nos ayudará también a trasmitir a las personas con las que trabajamos que efectivamente lo que hacemos tiene un sentido y una dirección.
También es fundamental trabajar con objetivos claros y accesibles. Hay que saber lo que buscamos para reconocerlo cuando ocurre. Tienen que ser, por tanto, objetivos reconocibles y no necesariamente cuantificables por mucho que nos gusten los números a la hora de defender nuestro trabajo y evidenciarlo. Es difícil cuantificar la calidad de las relaciones humanas, los afectos y su intensidad, las emociones desplegadas, la empatía, (…) Sí podemos, sin embargo, presenciar en primera persona y participar desde nuestra propia subjetividad el complejo interpersonal y afectivo.
Para ello es fundamental transmitir a nuestros usuarios o pacientes e institución que lo que hacemos sirve para los objetivos que se planteen. Los pacientes tienen que sentir que lo que ocurre en el espacio de musicoterapia merece la pena ser vivido. A partir de aquí buscamos generar una relación solida, de confianza, de cohesión donde los límites nos puedan permitir un grado saludable de contención. A fin de cuentas buscamos un despliegue relacional donde los participantes puedan mostrarse de manera autentica y ensanchar los unos con los otros el mundo afectivo. Intentamos relacionarnos de una manera real, sentirnos parte de un grupo, emocionarnos acompañados y sentirnos vistos, escuchados y comprendidos.
En otras palabras, intentamos aprender a sentir, comprobar que sentimos y también a pensar sobre lo que sentimos. A fin de cuentas la terapia es un proceso que consiste en una experiencia emocional y en reflexionar sobre ésta.